Dejo también la de Fernández, que tanto mencionan. También tiene una lectura fluida, como las de Vicente y Alemany Zaragoza:
Traducción de José Fernández Z., Ed. Edaf & Ed. Juventud, : «No había que perder ni un segundo. Sacó el hacha de debajo del abrigo, la levantó con las dos manos y, sin violencia, con un movimiento casi maquinal, la dejó caer sobre la cabeza de la vieja.
Raskolnikof creyó que las fuerzas le habían abandonado para siempre, pero notó que las recuperaba después de haber dado el hachazo.
»La vieja, como de costumbre, no llevaba nada en la cabeza. Sus cabellos, grises, ralos, empapados en aceite, se agrupaban en una pequeña trenza que hacía pensar en la cola de una rata, y que un trozo de peine de asta mantenía fija en la nuca. Como era de escasa estatura, el hacha la alcanzó en la parte anterior de la cabeza. La víctima lanzó un débil grito y perdió el equilibrio. Lo único que tuvo tiempo de hacer fue sujetarse la cabeza con las manos. En una de ellas tenía aún el paquetito. Raskolnikof le dio con todas sus fuerzas dos nuevos hachazos en el mismo sitio, y la sangre manó a borbotones, como de un recipiente que se hubiera volcado. El cuerpo de la víctima se desplomó definitivamente. Raskolnikof retrocedió para dejarlo caer. Luego se inclinó sobre la cara de la vieja. Ya no vivía. Sus ojos estaban tan abiertos, que parecían a punto de salírsele de las órbitas. Su frente y todo su rostro estaban rígidos y desfigurados por las convulsiones de la agonía.
»Raskolnikof dejó el hacha en el suelo, junto al cadáver, y empezó a registrar, procurando no mancharse de sangre, el bolsillo derecho, aquel bolsillo de donde él había visto, en su última visita, que la vieja sacaba las llaves. Conservaba plenamente la lucidez; no estaba aturdido; no sentía vértigos. Más adelante recordó que en aquellos momentos había procedido con gran atención y prudencia, que incluso había sido capaz de poner sus cinco sentidos en evitar mancharse de sangre… Pronto encontró las llaves, agrupadas en aquel llavero de acero que él ya había visto.»
He quedado sorprendido con lo mal que puede sentar una traducción «a la académica», es decir, cuando son aquellas que se prestan a los adornamientos innecesarios, o que intentan reproducir el texto del idioma original de la manera más directa posible, siendo que de esta forma la lectura se hace engorrosa, ya que los fraseos entre dos idiomas son siempre distintos.
Es de notar que Dostoievski, en el ruso original, escribía de una forma muy simple, clara, y fácil de leer, ya que consideraba como el deber de la prosa mostrar claramente ante las personas reflexiones profundas acerca del comportamiento humano (hay una mención evidente de esto al principio de una obra suya, «Humillados y ofendidos»); era ésto, y no una florida exposición del dominio ortográfico y gramatical, lo que generaba el verdadero valor artístico en la literatura.
En todas sus novelas, a su vez, el relator siempre se burla de todos aquellos personajes que escriben cartas de forma demasiado ampulosa, como buscándose los calificativos de «cultos y refinados», cuando terminan por conseguir exactamente lo contrario, al menos ante los ojos de los personajes inteligentes, quienes no necesitan demostrarlo por medios tan poco originales…
La ironía, al parecer, desconoce el paso del tiempo.